Que las nuevas tecnologías forman parte de nuestra vida es algo indiscutible. Que han transformado nuestra forma de percibir el mundo y relacionarnos con él, también. Que tienen una importante influencia en el modo de aprender de las nuevas generaciones es algo innegable, pero, ¿estamos preparados para hacer frente al reto que se nos plantea como futuros docentes? Responder a esta pregunta es difícil y requiere un análisis previo de la situación de profesores y alumnos.
Los problemas de fondo de la enseñanza en nuestro país son demasiado complejos como para pretender solucionarlos por medio de pizarras electrónicas o aulas de informática. Reducir la situación a dar ordenadores a los alumnos para “motivarles” sería bastante simplista. Cambios constantes en la legislación educativa, escasa inversión económica por parte de la Administración, falta de implicación por parte de las familias, problemas de disciplina, pérdida de autoridad del docente, ausencia de interés por parte de un importante sector del alumnado, nulas expectativas laborales… Cuando son tantas las piezas del engranaje educativo que están fallando, ¿qué puede hacer el profesor?
Muchos achacan al docente gran parte de la responsabilidad de los problemas educativos actuales. Se acusa a este colectivo de ser en extremo conservador, de estar cerrado a iniciativas innovadoras, incluso de pasotismo. No niego que existan casos así, al igual que en otras profesiones, entre los profesores hay de todo. Sin embargo, yo creo que la docencia tiene una característica que la distingue de otras muchas profesiones: la docencia es puramente vocacional. Quienes queremos ser profesores no aspiramos a un empleo especialmente bien remunerado, no buscamos un trabajo cómodo, ni reconocimiento social. Queremos ser profesores porque nos gusta tratar con los chavales, enseñar, formar a las generaciones del mañana, compartir. A un colectivo que tiene estas aspiraciones, ¿realmente se le puede recriminar que no quiera hacer todo lo que está en su mano para mejorar la situación? ¿Es eso justo? En muchas ocasiones no son ganas lo que faltan, sino apoyo. Apoyo de los padres, de las autoridades educativas, de la sociedad. ¿Quién da la cara por un profesor? No se puede empezar la casa por el tejado. Si queremos que el engranaje vuelva a funcionar, hay que revalorizar la figura del docente y dignificar su trabajo.
Con respecto a los alumnos, el problema empieza en casa. Los padres cada vez se implican menos en la educación de sus hijos, delegan todo lo posible en el centro educativo o en el profesor, largando cuantas más responsabilidades, mejor. Sin embargo, no refuerzan la autoridad del docente y no apoyan su labor. Mientras no exista comunicación y colaboración entre familia y profesor, los problemas de disciplina y desinterés que muestra gran parte del alumnado seguirán perpetuándose.
Y las nuevas tecnologías, ¿qué papel juegan en todo este cúmulo de problemas? Nos han hecho la vida más cómoda, a veces en exceso, y han contribuido a implantar en nuestra sociedad la “cultura de la inmediatez”. La información se percibe como algo rápido, algo que llega a la pantalla del ordenador en menos de un segundo, pero no se ve el intrincado proceso que hay detrás de la confección de esa información. En la mayor parte de los casos, uno se conforma con el primer resultado que Google le ofrece, no se contrasta, no se investiga, se copia sin leer. El trabajo ya no es trabajo, es sólo salir del paso. Esto es un lastre para el crecimiento de muchas capacidades intelectuales que, en la adolescencia, están en pleno desarrollo: comprensión lectora, capacidad de síntesis, expresión oral y escrita, sentido crítico… ¿Y el esfuerzo? Si lo que lo jóvenes ven día a día es la fugacidad del conocimiento, que les llega a sus ordenadores servido en bandeja, ¿dónde queda el trabajo personal, la fuerza de voluntad y la capacidad de sacrificio? Otro aspecto que se ve inhibido por las nuevas tecnologías es la originalidad. Los alumnos se lo encuentran todo hecho, no hay ninguna necesidad de innovar. La creatividad se atrofia.
Aunque el mal uso de las nuevas tecnologías ha contribuido a forjar estas ideas, un uso adecuado de las mismas puede ofrecer muchas posibilidades con vistas a la educación, no sólo en los institutos, sino para cualquier ciudadano con curiosidad que, fuera de las aulas, quiera cultivarse y ampliar sus conocimientos. Internet permite el acceso a múltiples fuentes de información, permite una divulgación del saber nunca antes imaginada. Seríamos unos necios si no aprovechásemos estas oportunidades en nuestras clases y tendríamos que dar la razón a todos aquellos que nos acusan de pasotas, de no querer innovar, de no querer ser creativos. Yo no estoy dispuesta a hacerlo y acepto el desafío más difícil de toda mi vida.